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Lo dice un estudio internacional. Hay cuatro mandarines optimistas por cada sueco contento. Y no es por la sensación que dan sus ojos rasgados…

Los chinos son, según algunos tópicos, trabajadores, discretos, simpáticos y serviciales. Su apego a determinadas filosofías (orientales, claro) denota cierto grado de espiritualidad. Por lo vasto de su territorio adivinamos grandes diferencias entre los herméticos habitantes de las zonas rurales y los de Pekín o Shanghái, cada vez más sofisticados. Todo eso lo intuíamos; lo que no sabíamos hasta ahora es que los chinos son, además, las personas más felices del planeta.

Lo refleja una reciente encuesta realizada por la compañía de investigación de datos YouGov: un 41% de la población china piensa que el mundo va a mejor. El porcentaje es llamativo por ser el más alto de entre las 17 nacionalidades consultadas, a mucha distancia del resto. Solo un 23% de los indonesios, en segundo lugar, y el 16% de los habitantes de Arabia Saudí, terceros, están de acuerdo con esa afirmación. El país europeo más optimista, según el mismo estudio, sería Suecia, y solo el 10% de sus ciudadanos contempla el futuro con una sonrisa. Por cada sueco contento hay cuatro chinos que creen que las cosas pintan bien. ¿Entiende ahora por qué hay tantos restaurantes chinos que se llaman El Buda Feliz?

La curva (económica) de la felicidad

China: un país que en
algunos aspectos no
puede considerarse
modélico, pero cuyos
exultantes ciudadanos
tienen mucho que
enseñarnos acerca de
encontrar la felicidad
en las pequeñas cosas

China: un país que en algunos aspectos no puede considerarse modélico, pero cuyos exultantes ciudadanos tienen mucho que enseñarnos acerca de encontrar la felicidad en las pequeñas cosas

Los chinos son más felices por dos razones. Una, porque lo llevan de serie. “En su ámbito familiar o local la gente tiene unos valores que invitan al optimismo”, indica el profesor Manel Ollé, coordinador del Máster en Estudios Chinos de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona) y autor de varios libros sobre la sociedad mandarina. En segundo lugar, porque su país va a mejor. “Desde 1979, y aunque persisten las desigualdades, ha ascendido el nivel de vida para mucha gente”, explica. “El relato oficial del país habla de crecimiento, desarrollo y recuperación del orgullo. En los últimos años la curva siempre ha sido creciente para ellos. Es el país del mundo donde más gente ha mejorado el nivel de vida en menos tiempo, y eso crea un optimismo general”.

La dicha de los habitantes del campo se basa más en lo primero, y la de los urbanitas, en lo segundo. “El rural es feliz por inercia, por una filosofía de vida más conformista, basada en disfrutar con poco, algo que tiene que ver con tradiciones taoístas y budistas”, distingue Ollé. “El de ciudad vive un optimismo más epidérmico y social, basado en una sociedad que se va enriqueciendo y que se va convirtiendo en central en el mundo”. Aunque se habla mucho de la “crisis china”, esta no parece ser más que una ralentización de su desarrollo: en 2015, su PIB creció un 6,9% y los salarios, un 7,4%.

Tierra de contrastes

La pregunta es: ¿cómo, pese a todo, pueden considerarse felices los súbditos de un régimen autoritario, que controla sus vidas hasta el extremo de que solo desde octubre del año pasado a todas las parejas les está permitido tener dos hijos? Por si fuera poco, el 35% de los suicidios del mundo se producen allí: es la quinta causa de muerte en el país.

Según el profesor Ollé, se explica porque es una tierra de contrastes. “Es un régimen totalitario, aunque ha ido soltando la mano en algunos aspectos de opciones de vida, aunque al mismo tiempo ha endurecido el discurso en terrenos como las libertades y la información. Pero para una parte de la población, mientras la vida económica se mantenga estable es suficiente. Ahora piensan que están mejor que antes. La lucha contra la corrupción del líder actual [Xi Jinping, presidente desde 2013] gana muchas simpatías entre una parte de los ciudadanos que se sentían extorsionados”.

Por otra parte, la idea del chino laborioso sometido a una jornada laboral inhumana, ¿es compatible con esa supuesta felicidad? “El ascenso chino se ha logrado a fuerza de echarle horas, y eso para ellos es un valor importante, porque prosperar a través del estudio y el esfuerzo forma parte de una tradición viva”, argumenta Ollé. No es que a los chinos les guste trabajar más que a los demás. “Para ellos es una posibilidad de ascender y enviar dinero al campo. Cuando vienen aquí y abren un negocio es porque lo ven como una inversión, para que sus hijos tengan estudios, por ejemplo”, describe.

Filosofías de la buena vida

Mientras en otros puntos del planeta el fanatismo religioso está a la orden del día, en China la fe se vive de una forma relajada y siempre vinculada al bienestar. Como afirma Manel Ollé, “tradicionalmente las formas religiosas han sido diversas y no muy unánimes. No ha habido La Religión de China, por así decirlo. El budismo y el taoísmo son más como filosofías de vida, mientras que los templos son lugares adonde se va a hacer rituales para lo que les convenga: la fecundidad, la muerte, etc. Muchas veces la gente no tiene una sola adscripción religiosa: tienen algo de budismo, algo de taoísmo, algo de cristianismo… Por otra parte, el comunismo hizo que la religión desapareciera de la escena pública. Sus religiones, sobre todo el taoísmo, están bastante orientadas a la felicidad".

Otra de las herramientas que utilizan los chinos para alcanzar el bienestar es el taichí (un tipo de gimnasia de movimientos lentos y coordinados). No es raro ver en cualquier plaza o jardín de aquel país a grupos de ciudadanos practicando esta técnica milenaria. “Es una forma de meditación que ayuda a no pensar en nada. Aporta sosiego, serenidad de espíritu y ayuda a relativizar los problemas, que afrontas de una manera muy diferente”, define Juana Jiménez, instructora de Madrid y miembro de la Asociación Española de Tai Chi Xin Yi: “De acuerdo con el taichí, no es más feliz quien más tiene; es tu riqueza interior la que te aporta felicidad”.

Aunque no puede decirse que actualmente se cultive de forma masiva en China, donde nació, el feng shui también es una disciplina histórica encaminada a sentirse bien, "como humano en relación con su entorno", como expone Vicente San Juan Antón, fundador y presidente de la Asociación Española de Feng Shui. Más allá de su evidencia científica (inexistente), "trata el arte de estar bien en cualquier circunstancia o lugar".

Ajena a los males de Occidente

Pese a que China está cada vez más abierta al mundo, su ubicación geográfica, su inextricable grafía, su Año Nuevo en febrero y su calendario zoológico —sus barreras culturales, al fin y al cabo— tienen un efecto impermeable respecto a muchos problemas del resto del mundo. Cuando en la encuesta antes mencionada solo el 3% de los franceses opina que el mundo va a mejor, y el 81% decreta que va a peor, parece obvio encontrar en su pesimismo la huella de los recientes atentados en su país. En China, aunque no faltan zonas conflictivas, “esos temas los viven como algo ajeno, con la sensación de que ellos viven en un sitio ordenado, seguro, que va a mejor… Estos males los ven como propios de Occidente”, concluye el profesor Ollé.

Diario El País

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